BARCELONA, 1948 Borrell

Hace un recorrido por diversos rincones de la geografía catalana en busca de imágenes rústicas plasmadas con técnica mixta donde las texturas adquieren especial relevancia.

Jaume Borrell pinta escenas de pueblos rurales que parecen anclados en el pasado pero en los que los elementos del presente asoman.

BIOGRAFÍA

Cursó estudios fundamentalmente de dibujo en la escuela Martínez de las galerías Maldà en la calle de Portaferrisa y, más tarde, pasó a la escuela Massana. Después de muchos años de trabajo encuentra su camino, una forma de hacer que lo distingue. Su tratamiento del paisaje, donde destacan las casas viejas y humildes de nuestros pueblos, sobre todo del Pirineo, son el motivo que más lo atrae. Y todo ello con la peculiaridad de que las telas que contienen los cuadros están siempre formadas por más de una pieza, es decir, junta telas, incluso de formatos desiguales, que con el juego de texturas y espesores ayudan a transmitir estas fachadas y esta forma de hacer diferente. Dispone de una gran capacidad de observación y, siempre con naturalidad, la pone al servicio de unas minuciosas descripciones que van más allá de lo que se acostumbra a pedir a la pintura que él practica. El color le sirve para que las formas, hijas de unas necesidades comunitarias y de unas costumbres que vienen de lejos, se humanicen y nos expliquen el esfuerzo, las normas, las necesidades y las improvisaciones de unas personas que, situadas dentro del ámbito rural, en contacto con la naturaleza, saben, muchas veces mejor que nosotros, como es el mundo. Y él nos lo explica con frases pictóricas bien estructuradas.

LA ARMONÍA PICTÓRICA DE JAUME BORRELL

por Josep M. Cadena

En dos exposiciones anteriores de Jaume Borrell en la Sala Rusiñol de Sant Cugat, que presenté y enjuiciar como hago con la actual muestra, elogié ampliamente la capacidad que exhibe el pintor para plasmar la fuerza de nuestro mundo rural. Y tengo que decir que, viendo sus cuadros más recientes, el autor mantiene intacto el talento para traducir artísticamente unos aspectos de la personalidad colectiva del campo que permanecen firmes a pesar de la presencia de manifestaciones de la sociedad moderna.

Jaume Borrell es fiel a un imaginario que demuestra que la esencia perdura aunque las formas mutan. El núcleos humanos representados desprenden un aroma de tiempos inmemoriales, en los que las actividades agrícolas y ganaderas dominaban la economía. El campanario de la iglesia todavía sobresale por encima de los tejados de las casas, y Castellfollit de Riubregós o Torá conservan el recuerdo de los agricultores. Asimismo, Navarcles sigue siendo parada del camino de Santiago, y en las calles de Bellver de Cerdanya se puede creer oír el rumor de los enfrentamientos entre nyerros y cachorros.

Sin embargo, a pesar del peso del pasado, los avances del progreso están presentes. Los hilos telefónicos que posibilitan la comunicación entre las personas cuelgan de las fachadas de las casas antiguas. Las tuberías de agua que evitan ir a la fuente entran en los hogares. Las señales de tráfico ordenan el tráfico. Unos vaqueros que siguen la moda se secan en un tendedero. Y una moto que permite enfilar la carretera en dirección a otros pueblos espera ante un portal. La lección que extraemos es que el respeto a la antigüedad no debe ser incompatible con la tecnología que nos facilita el día a día. Un motivo que destaca en los aceites son las puertas medio abiertas. El domicilio es el reducto de la intimidad, y es natural que haya una resistencia a permitir la entrada de intrusos. Pero somos animales sociales y el trato con los demás necesitamos, por eso hay que estar receptivos a aquellos contactos que enriquecen y amplían la perspectiva vital. El artista cree en el diálogo entre los puntos de vista dispares, que ejemplifican una abuela de pelo blanco recogido y un nieto con pantaloncitos cortos a un balcón o un padre de piel bronceada por el trabajo al aire libre que camina al lado de un hijo con mochila escolar en la espalda.

Jaume Borrell pinta escenas de pueblos rurales que parecen anclados en el pasado pero en los que los elementos del presente asoman. En sus cuadros, que invito encomiàsticament a disfrutar, sobresale el sentido armónico de las formas y los colores, un reflejo del equilibrio que el artista desea a la sociedad y que ojalá consigamos.

BORRELL, RETRATO SOCIOLÓGICO DE AMBIENTES

por Josep M. Cadena

Borrell es pintor que, aparentemente, se mueve dentro de una temática única, centrada en la representación de fachadas de viejas casas de pueblo, de aquellas que todos tenemos en la mente, donde creemos que el tiempo ya no avanza y que la gente que las habita se ha detenido en un pasado superado ampliamente por la sociedad actual. Pero es un gran error entender que el hecho artístico que nos propone se ha quedado en la lejanía de lo que retrata en el externo, ya que, en realidad, nos lleva hacia la esencialidad de lo que perdura en todos nosotros y nos justifica como personas. <br <
Hace tres años, a finales de septiembre de 2010, Borrell expuso en esta misma sala un conjunto de obras que ligan a la perfección con las actuales que ahora se encuentran colgadas en este nuevo encuentro con el público. Parece que no haya pasado el tiempo para él, en cuanto a sus técnicas, pero es de admirar que se ha afilado aún más su capacidad para mirar hacia adentro de la materia y encontrar el espíritu de la sociedad que siempre quiere captar sin tener ninguna necesidad de representar a las personas por lo que externamente representan, ya que lo hace por lo que piensan y actúan.

En las casas de pueblo de Borrell, con puertas de madera medio abiertas que dan paso a la oscuridad del pensamiento colectivo, se encuentran simbolizados los elementos esenciales que marcan nuestra acción en la sociedad, en el intento de reencontrarnos mediante aquellos caminos particulares que hemos escogido y que nos justifican como individuos. Así encontramos ventanas con rejas, pero también macetas con plantas y una persiana medio subida; balcones que miran hacia el sol tempranero, con unos alambres de los que cuelga, puesta a secar, la ropa de los habitantes de la casa; paredes con cal comida por los calores de cada día; y el progreso de las cajas y los cables de la electricidad, que demuestran una puesta al día para no perder contacto con lo que sucede y para tener las comodidades que el progreso general ha hecho imprescindibles.

Borrell no retrata personas, sino situaciones anímicas que las mismas tenemos, tanto cuando somos protagonistas como cuando actuamos de espectadores interesados ​​en conocer el entorno que nos rodea. Y dentro de la tónica general de su arte, siempre hay variaciones que bien observadas aportan novedades y elementos de reflexión. De ahí su pintura atrae y enseña.

BORRELL Y SU AFINADA PERCEPCIÓN PICTÓRICA DE LO RURAL

por Josep M. Cadena

La pintura de Borrell nos lleva a mirar hacia nuestro interior. Lo hace con una obra intensamente realista, descriptiva de las casas que todavía es posible encontrar en muchos lugares de Cataluña; en especial en las comarcas leridanas. Nacido en Barcelona en 1948 y formado en ambientes ciudadanos, hace más de una década que Borrell decidió establecerse en la Seo de Urgel desde donde, según pone de manifiesto en sus cuadros, va hasta los pueblos más escondidos y aparentemente más humildes de nuestro país para captar las finas sensibilidades que guardan. Por eso describe con tanta precisión las fachadas de las casas, aún con puertas de madera, abierto uno de los batientes cuando llega el buen tiempo y resulta agradable mirar fuera para los que viven en sus interiores y que, a la vez, son como una llamada a ocasionales visitantes que, al igual que nos pasa a nosotros, sentimos la curiosidad de saber lo que nunca se explica porque pertenece a la más estricta intimidad.

Borrell sabe explicarnos la solidez de las piedras que, bien trabajadas por los picapedreros que había antes, establecen la solidez de unas edificaciones hechas para resistir los fríos y los vientos, la nieve y el agua -esta poca, pero muchas veces dispuesta a desatarse en tormentes- con días largos y difíciles. Pero también sabe cómo explicar la atractiva plasticidad de unos días de sol, cuando el balcón que hay sobre la entrada principal y detrás de la reja que cierra las vistas de la habitación de abajo, florecen varias plantas. Sabe de las penas pasadas, pero también de las alegrías que llegan de repente. Y sabe, también, establecer los detalles de una caja de luz y del número pintado sobre un mármol cortado en serie que orienta a quien busca un determinado domicilio, aunque a la población todo el mundo se conozca o, incluso, es pariente o medio pariente por parte de la familia del hombre o de la mujer.

No necesita a Borrell fijar la figura humana, pues la misma siempre está presente aunque no se vea, por medio de su mirada pictórica. Dispone de una gran capacidad de observación y, siempre con naturalidad, la pone al servicio de unas minuciosas descripciones que van más allá de lo que se acostumbra a pedir a la pintura que él practica. El color le sirve para que las formas, hijas de unas necesidades comunitarias y de unas costumbres que vienen de lejos, se humanicen y nos expliquen el esfuerzo, las normas, las necesidades y las improvisaciones de unas personas que, situadas dentro del ámbito rural, en contacto con la naturaleza, saben, muchas veces mejor que nosotros, como es el mundo. Y él, como se fija, nos lo explica con frases pictóricas bien estructuradas.

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