IGUALADA, 1962 Josep Millàs

Para Josep Millàs, uno de los valores fundamentales en el arte de la pintura radica en la limpieza del procedimiento, tanto del medio como del método.
Josep Millàs es un artista que trabaja desde el silencio de la materia para dar voz a las emociones. Con una trayectoria reconocida por diversos premios de pintura, su obra ha sido expuesta en numerosas exposiciones y forma parte de colecciones privadas en Europa, Estados Unidos y Canadá.
Su práctica artística se articula principalmente a través del acrílico sobre madera. Estos materiales le permiten explorar texturas, transparencias y contrastes, configurando un lenguaje propio que oscila entre la forma y la intuición. Cada pieza es el resultado de un diálogo profundo con la luz, el color y el gesto.
Con una mirada contemporánea y llena de energía vital, Millàs nos invita a una experiencia pictórica donde el sentimiento y la materia se funden con autenticidad y fuerza expresiva
«Entre el Gótico y el Modernismo»
por Josep Manel Aznar, artista
Las obras que vemos colgadas en las paredes de la Sala Rusiñol pertenecen al artista Josep Millàs. Es un creador comprometido, sobre todo, con el trabajo bien hecho, de factura elegante en las formas y el color, de una síntesis cuidadosa en el detalle y, al mismo tiempo, con la esencia y la presencia de aquello que, de manera seria, se nos presenta.
Esto no impide que el artista incorpore de forma intencionada elementos de distorsión en el diseño, propios del hecho creativo, o que nos muestre su poética rebeldía en todo aquello que, a primera vista, pueda parecer familiar.
Para Josep Millàs, uno de los valores fundamentales en el arte de la pintura radica en la limpieza del procedimiento, tanto del medio como del método, y se deja seducir por este hecho con una convicción que va más allá de lo que podemos entrever en sus cuadros.
Los elementos representativos que conforman la práctica totalidad de estas imágenes han sido escogidos y distribuidos estratégicamente sobre el soporte, de manera que, para el ojo del espectador, su contemplación no se convierta en una búsqueda tediosa, sino llana y accesible.
Al mismo tiempo, Millàs incorpora en sus cuadros unas áreas cromáticas lo suficientemente significativas, encargadas de rodear y definir al verdadero protagonista o sujeto principal en la escena pictórica, y lo hace apoyándose en un imaginario sencillo pero efectivo.
La figuración de Millàs podríamos catalogarla de muy personal y sincera, sin artificios ni vaguedades de ningún tipo, lo que nos permite adentrarnos en ella sin tropiezos, acompañados en todo momento por un halo o barniz de quietud plasticista.
En las obras que tenemos delante, se adivina al instante la ausencia del elemento más orgánico, el humano, que desaparece por completo de la escena y cede la práctica totalidad del protagonismo al hecho arquitectónico, que se presenta como verdadero eje, actor y vertebrador de la imagen. De hecho, se le adivinan ciertos rasgos conceptuales del simbolismo francés de cambio de siglo —como quien oculta un mensaje— o de la metafísica del artista italiano De Chirico.
En cuanto al cromatismo, Josep ha hecho suyos dos colores: los tierras y los azules. Mezclados con sutil intención y sabiduría, crean una relación en la que los grises resultantes hacen de contrapunto a la dulce y cuidada armonía. Es una paleta de colores bastante íntima, una composición que podríamos calificar de idealista y una ofrenda directa y concisa a los sentidos de quien observa, quizá cautivado por un misterio que poco a poco se desvanece.
Para terminar, añadiré que esta muestra, fruto de meses de trabajo, está llena no solo de buen oficio, experiencia y elegancia, sino también de honestidad, y se convierte en un hecho diferencial que pone de manifiesto la conexión entre aquello que se ve y la pasión de un artista enamorado de la pintura.
¡Josep, muchas gracias!