BARCELONA, 1963 Kiku Poch

No sólo conoce los aspectos estéticos de los lugares que describe, sino que se adentra en ellos y nos hace partícipes de su compleja personalidad colectiva.

Se inspira en lugares mediterráneos: Mallorca, Menorca, la Provenza, la Costa Brava, la Toscana y las Islas Griegas.

BIOGRAFÍA

Hijo de pintores, desde pequeño aprendió a desenvolverse con el dibujo, la perspectiva, la acuarela, el aerógrafo … Más tarde entró a formar parte de una prestigiosa agencia de publicidad de Barcelona, ​​donde ejerció de diseñador gráfico. En 1993 comenzó a trabajar el aceite y, desde esa fecha, no ha dejado de experimentar con esta técnica. Pronto comenzó su carrera profesional en gran parte gracias al marchante de arte Joan Balari, quien creyó en su obra. Se considera un pintor autodidacta, que siempre intentó asimilar el conocimiento que le proporciona el hecho de pertenecer a una familia de pintores. Se confiesa admirador de los grandes paisajistas catalanes de finales del XIX y mediados del XX. Para él, todos los elementos de un cuadro -dibujo, composición, luz, textura, color- son igual de importantes. Su obra ha alcanzado un gran nivel técnico. Se inspira en lugares mediterráneos: Mallorca, Menorca, la Provenza, la Costa Brava, la Toscana y las Islas Griegas -siempre cerca del mar, su gran pasión y su fuente de inspiración-. Últimamente ha expuesto en Madrid, Hong Kong, Austin, Hiroshima y Fujieda (Japón).

INTENSIDAD COMUNICATIVA EN LA PINTURA DE KIKU POCH

por Josep M. Cadena

Gracias a la serenidad con que Kiku Poch se expresa en la obra pictórica que ahora nos presenta, centrada en visiones generales y también en detalles arquitectónicos de la Menorca que desde su infancia conoce y ama, la singular personalidad de esta isla del archipiélago de Baleares nos llega como una constante y bien modulada pregunta sobre la trascendencia dentro de la vida humana.

Él nos transmite, en primer lugar, la belleza de unos parajes que, situados en el Mediterráneo, tienen la armonía de la Naturaleza y que, extrañamente dentro del ruido que nos rodea y que en tantas cosas nos domina, conservan el alto patronazgo de Nereo, el dios griego que vela para mantener la mar en calma y permitir que sus cerca de cincuenta hijas -las nereidas, transformadas en suaves olas- bailen una constante danza que acaricia los laúdes silentes que esperan a la orilla a que la fuerza de los hombres y del viento les den vida. Aparentemente, nada se mueve, y eso es lo que nos hace llegar el pintor si sólo queremos fijarnos en las apariencias; pero si transformamos lo que vemos en miradas que actúen como escalpelos, podremos captar como bajo la calma corren ríos de pasión, y entonces la obra crecerá en plenitud de sentimientos.

Pintor e hijo de pintores, Kiku Poch no sólo conoce los aspectos estéticos de los lugares que describe, sino que, con conocimiento de causa, se adentra en ellos y nos hace partícipes de su compleja personalidad colectiva. Pues la pintura como arte, al igual que las otras expresiones del interior de las personas que profundizan en el propio ser y en el de los demás, es, mucho más que belleza matérica, interpretación de lo que nos rodea para a vislumbrar, aunque sea de lejos, lo que es trascendente. Y este estímulo de superar lo que conforma la anécdota de nuestra existencia para transitar hacia la permanencia sin límite alguno en el espíritu, es lo que encuentro en el trabajo de Kiku Poch, que en su viaje hacia la pureza de la expresión nos ofrece una obra que merece ser mirada y remirada por lo que nos comunica.

KIKU POCH Y SU SENCILLO SENTIDO DE LA BELLEZA

por Josep M. Cadena

Cada persona es hija de sus obras y en ellas se ha de atender a todo momento. Pero hay casos especiales y Kiku Poch, satisfecho como artista con el cordial nombre con el que desde muy pequeño fue llamado dentro de su familia, es uno de ellos.

Pintor y pintora fueron los padres -él Francisco Poch Romeu, desgraciadamente desaparecido hace pocos años- y también lo es, al igual que él, una hermana suya. Una saga, pues, como las que antiguamente habían existido y que cada vez menos se repiten dentro de un mundo en el que cada uno va a lo suyo y deja cada vez más de lado los precedentes, llevado por el afán de cambios y de novedades .

Pero tanto el pintor Poch Romeu como la pintora Josefina Ripoll, impulsores de sus propias obras y siempre dispuestos a dar la máxima libertad a aquellos con los que en principio se relacionaron, abrieron caminos a cada uno de sus hijos y cada uno de ellos los siguió como mejor les pareció. Por eso puedo decir que Kiku Poch, pintor que expone con regularidad sus obras desde mediados de los años noventa, es plenamente libre en sus interpretaciones del mediterráneo menorquina -aquella a la que se ha sentido más intensamente ligado por formación humana- y que su figuración, proveniente de una particular meditación sobre lo que mirando el entorno y probando las técnicas aprendió, es propia sin nunca romper con lo afectivamente le rodea.

Recuerdo que hace años, hacia el verano de 2007 -ahora no dispongo del catálogo de una exposición suya para la que me pidió que escribas una presentación- me complacer a evocar la tranquila belleza que él sabía reflejar en sus cuadros sobre las calas menorquinas, aquellas con aguas en las que se mecen armoniosas barcas de pesca y en las que dan casas con blancas paredes de cal y cúpulas, así como puertas con ventanas, de un azul marino que enamora.

Eran obras sentidas, pintadas con el corazón y con voluntad de que las técnicas bien trabajadas hicieran que aquellos que las miraran se encontraran en los lugares que los colores y los pinceles captaban. Había vibraciones y voluntad de transmitir una realidad que venía de más allá de las arquitecturas y los ambientes que se captaban. Y eso es lo que ahora sigue pasando, en esta exposición que por primera vez presenta en la Sala Rusiñol de Sant Cugat.

Encuentro que Kiku Poch sigue creyendo en lo que hace por sus contenidos. Desde muy joven aprendió a mirar y a ponerse dentro de las cosas que eran su mundo; aquel que le habían dado, pero al que él supo adherirse con sentido de la belleza que cuanto más sencilla es, más bella resulta.

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