Josep Mª Forcada: he aquí el más singular y polifacético de los pintores que exponen y han expuesto en la Sala Rusiñol. En primer lugar, por su condición de sacerdote, es decir, con estudios de filosofía y teología. En segundo lugar, porque ha estudiado y es periodista y médico. ¡Y ejerce! ¡Un auténtico artista!
«¿De dónde sacas el tiempo?», le preguntan algunos. Quizá no es cuestión de tiempo, sino de grandeza de alma y de sensibilidad: unos activos garantizados por su vocación de servicio a las personas como médico del alma, médico del cuerpo y comunicador del espíritu.
«Esta vez he traído sólo paisajes: me he decantado por esto», dice Josep Mª Forcada. Él reconoce que se ha entusiasmado con elementos como las aguas, los reflejos…, cosas que a veces nos pasan desapercibidas porque «miramos poco», porque estamos pendientes de la inmediatez. Nos falta la actitud de mirar el campo, la naturaleza, todo aquello que encontramos en nuestro alrededor.
«De hecho —continúa el pintor— estas huellas, estos trazos, son lo que me sale de dentro de una manera un poco rebelde para poder explicar precisamente aquello que encuentro delante de mí. Me quedo con lo primero que he visto».
«¿Qué piensas cuando pintas?». «Pienso muy poco, porque no es ésta una pintura conceptual. Pienso en los colores, en lo que hago, me peleo con lo que estoy haciendo… Me encuentro volcado en que me entiendan lo que estoy diciendo con los pinceles». —Se ha hablado mucho del color, pero, del trazo, del gesto —que es más visceral— no se ha dicho tanta cosa. ¿Lo llevas dentro cuando comienzas a pintar?, o, ¿surge cuando entras en comunicación con el paisaje?». «Las dos cosas: a veces se me nota el estado de ánimo; a veces me animo con la propia naturaleza… ¡Reconozco las dos vertientes!».
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