BARCELONA, 1901-1992 Calsina
Con un estilo personalísimo, alejado de los convencionalismos y las corrientes de la época, la obra de Calsina destaca, por encima de todas las cosas, por un excelso dominio de la técnica que le permite expresar, con todos los matices, su personalidad.
Voluntariamente fuera de modas, no admitió nunca el consejo de nadie en su producción, ni quiso pintar nunca lo que el público quería.
BIOGRAFÍA
1901. Ramon Calsina nació el día 26 de febrero de 1901 en Barcelona. Sus padres tenían un horno de pan y la vivienda en una casa de la calle de Castaños ante el Mercado de la Unión y detrás del Casino de la Alianza. Esto era el centro mismo del Poblenou, un pueblo recién anexionó a la gran Barcelona y que se había convertido, a causa de la industrialización de Cataluña, en una concentración de fábricas y en un barrio de obreros con muchas inquietudes sociales, culturales y espirituales, y también cargado de conflictos de todo orden.
El pequeño Ramón quedó marcado para siempre por aquel ambiente dinámico, duro y con tanta personalidad. Su sensibilidad se fue impregnando de las imágenes de aquel mundo.
1913. Desde pequeño mostró su inclinación como algo muy natural: «Yo nací dibujando como otro nace jorobado», decía. Papel que caía en sus manos, papel que llenaba de garabatos, y esta fue siempre su gracia ante familiares y conocidos.
A los 12 años empezó a la Academia Bajas de dibujo hasta que a los 14 años ya tuvo la edad para entrar en Llotja, la Escuela de Bellas Artes, por la noche, y de día a trabajar en Casa Espinagosa donde hacían vidrieras artísticas.
1923. Terminado el servicio militar y después de trabajar unos meses en el horno familiar decidió que si quería ser artista su dedicación debía ser total. Seguía yendo a Lonja a clases puntuales y el resto del tiempo intentando abrirse camino. Abrió un estudio en la calle de Girona con su amigo el pintor Miquel Farré y Albages.
1929. El año de la Exposición Internacional en Barcelona, su compañero Miquel Farré ganó el primer premio de la Beca Amigó Cuyàs de ámbito nacional, y él, el segundo premio, ambos con dotación económica. Estuvieron varios meses viajando por España: Madrid, Sevilla, Granada. En esta última ciudad tuvieron relación con los músicos Falla y Arbós, y también conocieron García Lorca.
1932. Este año Ramon Calsina ganó, solo, la misma beca, pero la internacional, para ir a París. Contrariado por tener que marchar solo fue con su amigo Farré, compartiendo el dinero del premio. La estancia en París duró un año y medio estirando tanto como pudo el dinero, y fue muy provechosa. Trabajó mucho y se presentó en diferentes exposiciones, entre ellas a la Societé Nationale de Beaux Arts, el Salon des Humoristas y el Salon des Superindependents, y también le publicaron dibujos en la revista alemana Dersa Quersnit. Su manera de hacer tan personal llamaba la atención de los críticos y quizás habría abierto camino a París, pero él prefirió volver a casa.
1934. Ramon Calsina presentaba obras suyas allí donde podía, pero fue en 1934 que hizo su primera exposición individual en la Sala Parés con 47 pinturas y 17 dibujos. Esta exposición fue un suceso, hubo eco y la mayoría de las críticas fueron muy buenas, algunas no porque lo encontraban demasiado cáustico, pero todo el mundo destacaba un magnífico oficio.
Fue muy celebrado entre los intelectuales, sobre todo entre los literatos donde ha tenido siempre los mayores entusiastas. Hizo los decorados y los carteles de las obras de teatro Hambre de Joan Olivé y La boda de la Xela de Xavier Benguerel. Pero desgraciadamente ese buen momento duró poco porque vino la Guerra Civil.
De 1932 hasta 1939 ejerció como profesor en la Escuela de Bellas Artes en donde él estudió tantos años. Eran unas clases nocturnas para los que trabajaban y los mismos alumnos le eligieron. Eran unas clases sin presupuesto y esperando que llegara se pasó siete años sin cobrar.
1939. Con la derrota de la República se produjo el exilio que dejó Cataluña sin intelectuales. Ramon Calsina también pasó en Francia pero a los pocos días, ante la posibilidad de un largo exilio decidió jugársela y volver. Pasa unos meses en la plaza de toros de Vitoria convertida en campo de concentración hasta que consiguió volver a casa.
Empezó una etapa muy difícil con todos sus avalistas lejos del país y en un ambiente que le era hostil. Se encerró en su estudio a trabajar preparando la exposición de cada año y manteniéndose al margen de las corrientes artísticas que se iban imponiendo. No era en absoluto insociable, lo que pasaba es que le gustaba mucho su trabajo y le dedicaba todo el tiempo posible, y era incapaz de moverse en ambientes comerciales y con una manera de entender el hacer artístico que no compartía nada.
1945. Se casó ya mayor, 44 años, con Rosa Garcés, que tenía 22 y tuvo tres hijos. La situación económica de un artista pintor tan independiente era muy magro y eso fue la causa principal que lo hiciera tan grande. Pero encontró una mujer con mucho empuje, que creía en él y en su tozudez y la entereza con que ella afrontó la situación le permitió a él seguir haciendo lo que creía a pesar de los inconvenientes que ello representaba.
Se dedicó a la litografía e hizo un libro con 30 litografías comentadas por él mismo. En colaboración con la editorial La Osa Menor editó un libro de litografías del Quijote y planchas sobre temas de toros tratados de una forma muy poco convencional.
1957. La exposición de ese año en la galería Syra fue importante. Un grupo de amigos y de entidades culturales aprovechó para hacerle un homenaje y entre varias iniciativas se hizo una suscripción para comprar un magnífico aceite y el dieron el Museo de Arte Moderno de Cataluña. Aprovechando el relativo éxito económico de la exposición los meses de junio y julio de este año Ramon Calsina vino con la familia en Menorca, en el pueblo pescador de Fornells. Fue una etapa magnífica para todos y él pintó 18 telas que fueron expuestas, antes de partir, en la casa donde vivían, en la calle del Mar num.5, y todo el pueblo desfiló por la improvisada exposición.
1965. Aquel año fue un punto de inflexión en la vida del artista. El propietario de Muebles La Fábrica, Estrada Saladich, se convirtió en un mecenas del arte y se dedicó a adquirir cuadros con la idea de crear un museo propio. Uno de sus artistas favoritos era Ramon Calsina y le compró una buena cantidad de aceites por un millón de pesetas. Además, le organizó una exposición de dibujos y una conferencia. Le concedieron también el prestigioso premio Inglada Guillot de dibujo. Todo aquello coincidió con una época de bonanza económica en el país y también en los bolsillos de sus admiradores. A partir de este momento la situación mejoró; sus necesidades siempre habían sido mínimas, esto no cambió, pero pudo desentendre`s para siempre de las obligadas exigencias económicas de una familia y esto fue una liberación.
Hizo unas grandes vidrieras artísticas para la iglesia de San Esteban de Granollers. Unos vitrales grabados en la arena sobre oficios por el Banco Transatlántico de Barcelona. Una de sus grandes ilusiones pudo ser cumplida, ilustró el Quijote y los cuentos de Edgar Allan Poe para Ediciones Nauta.
1984. Calsina ha tenido siempre un público fiel y entusiasta, pero un escaso reconocimiento oficial; esto no cambió nunca fuera de unos momentos puntuales. En cambio si se repasa lo que se ha escrito sobre él tiene una entidad considerable y hay una unanimidad en muchos aspectos: un oficio extraordinario que le permite la total libertad para expresar una personalidad exuberante; reconocimiento a su integridad, a ser fiel a unas convicciones ante unas modos cambiantes hasta el absurdo; admiración ante una actitud moral que pone por encima de todo unos principios trascendentes.
En 1984 esta admiración afloró y un numeroso grupo de poetas, escritores, artistas e intelectuales, encabezados por el entrañable Avel·lí Artís «Tísner», hicieron una llamada que fue el punto de partida para que la desaparecida Caja de Ahorros de Barcelona, con la colaboración de la Generalitat de Cataluña montara una exposición antológica en una sala de esta Caja en el Paseo de Gracia de Barcelona. Entre los firmantes de esta carta, escrita por Pere Calders, había media docena de Premios de Honor de las Letras Catalanas.
1990. Ramon Calsina no tenía ningún libro monográfico sobre su obra y como siempre la había deseado decidió, con su propio dinero y la colaboración familiar, ponerse al trabajo. El resultado fue muy bueno porque el libro está muy bien resuelto, pero naturalmente y, sobre todo, por su contenido. Es una carta de presentación magnífica para quien no haya oído hablar de Calsina se puede hacer cargo de quien es sin muchas palabras.
1992. Ramon Calsina tuvo siempre una salud envidiable y una gran vitalidad que le permitió trabajar hasta poco antes de su fallecimiento. Fueron 60 años de dedicación a su pasión: «Pinto porque me gusta, me gusta mucho. Creo que es un don de Dios. Pinto todos los días, ya le digo que disfruto de este trabajo porque es un trabajo de verdad, hay que poner esfuerzo y, más aún, el fuego que hay dentro de cada uno. Esto es muy personal. «Esto le decía a un periodista unos meses antes de dejar este mundo, y lo hizo con plena conciencia del paso que iba a dar. Fue el 26 de noviembre de 1992.
Había hecho una última exposición aquel enero con obra del año anterior y su única revuelta fue a partir del verano cuando se dio cuenta que ya no podía pintar.
A Ramon Calsina lo podríamos definir como el pintor que nunca estuvo de moda. Y, en cambio, la contemplación de su obra no suele dejar indiferente. Quizás las modas en arte obedecen a intereses alejados de la finalidad última del Arte que es, quizás, el diálogo íntimo y personal del espectador con cada obra.
RAMON CALSINA SU GRANDEZA ARTÍSTICA
por Josep M. Cadena
La gran obra artística y la estricta forma de ser humanas de Ramon Calsina Baró (Barcelona, Poblenou, 1901-1992) se encuentran, afortunadamente, bien consolidadas. Prácticamente no hay nadie entre los que son buenos conocedores del dibujante y la pintura, así como entre los que disponen de propio criterio, que no lo pongan por las nubes por lo que hizo y por la manera ética que se producía ante la sociedad de su tiempo. Todos ellos están de acuerdo con los escritos de Avel·lí Artís Gener Tísner, que en varios textos, publicados cuando el artista vivía, declaró que era el pintor viviente más grande de la Cataluña actual. Y la mayoría de ellos lamentan que las circunstancias de aquellos tiempos -Calsina tenía ocho años cuando se produjo la Semana Trágica y sintió como una aplastante losa el largo periodo que inició la guerra civil y se prolongó durante el franquismo, cuando él se encontraba en plenitud de facultades creativas- no ayudaran en nada a la proyección internacional a la que por cualidades podía acceder. Aunque también -hay que decirlo para rechazar ello- hubo personas con poder y voluntad de ejercer el mismo, que rechazaron frontalmente su temática. Porque sobre él y su obra se difundieron juicios muy adversos y, incluso peligrosos por el largo período que corría, que por medio de las injusticias que difundían el Eixalà y ayudaron a limitar la proyección a la que tenía derecho.
Ahora, la Sala Rusiñol celebra sus veinte y cinco años de constante y fructífero trabajo a favor del arte, con especial incidencia en lo que se realiza en nuestra tierra, y ha querido que una exposición de homenaje a Ramon Calsina sea el principal acto conmemorativo de este cuarto de siglo de continua labor. Lo celebro muy sinceramente, porque él fue una persona y un artista -en su caso nunca lo separo- que figura entre mis predilectos. Desde los años sesenta -de eso ya hace medio siglo el seguía en mis anuales presencias a la ya desaparecida Pinacoteca, en el paseo de Gracia de Barcelona y, periodista en ejercicio sobre temas culturales, en El Diario de Barcelona (28- 11-1.971) me fue posible publicar un extenso artículo donde reivindicaba su obra artística, porque de esta plural manera nos daba ejemplo de probidad y de servicio a las grandes constantes humanas.
Absolutamente personal, tanto en la pintura como en el dibujo y el grabado, Ramon Calsina era, esencialmente, de todos los que veíamos su obra y nos sentíamos representados por lo que decía en ella. Niños faixats que despegaban como un globo; ciudadanos que corrían para escapar de las cargas de la policía; masas para hacer el pan que, además de alimentar los cuerpo da implus al espíritu; personas buenas y otras -muchas más, por desgracia- que, con sus travesuras y sus abundantes vicios nos avisábamos que teníamos que huir de sus prácticas; paisajes que, desde las fábricas en las que las vidas se deslizaban los lugares más idílicos, se hacían cuenta de cómo la vida humana pasa por varias facetas y que dependen de nosotros y de las maneras que tengamos de enfocarlas los resultados a obtener …
El crítico y escritor Enric Jardí y Ramon Calsina hijo publicaron en 1990 un libro sobre el pintor. Salió, según decía el colofón, el 30 de noviembre de aquel año, festividad de San Andrés -patrón del Poblenou- y fue, en una época que era muy dada a la literatura sobre artistas, lo primero que se hacía sobre su persona en sentido global. Lamentable, pero subsanado por los que lucharon para conseguirlo. Y después, del 18 de enero al 5 de febrero de 1994, La Pinacoteca organizó una exposición de homenaje, que fue muy sonada por la obra que recogía. El director de la sala, Rafael García Esmatges, cariñosamente conocido por el Pinacoteca, motivo que heredó de su padre, se dirigía al espíritu del pintor y concluía: Estimado Calsina, nos dejaste en silencio, con el deber cumplido ; te has ido cuando más falta nos hacías, pero quizás … el cielo no podía esperar. Tal era así, pero nosotros, aquí en la tierra y sin nunca renunciar a querer acompañarlo, cuando llegue la hora, en el cielo en que se encuentra, tenemos que seguir luchando para que las nuevas generaciones recuerden quien fue Ramon Calsina . Y la mejor manera es la de ahora, con una exposición como ésta.