CASAS DE SANTA CRUZ, 1961 Ulpiano Carrasco
Mediante una figuración muy personal, nos explica de manera muy clara y potente la necesidad que tenemos de consolidar los valores del mundo al que pertenecemos.
Nos hace descubrir cómo el paisaje puede llegar a ser, en determinados momentos del año, una exaltada sinfonía de colores.
EL TRIUNFO DE LA VIDA
por Imma Pueyo, Historiadora y crítica de arte
El pintor Ulpiano Carrasco comienza a renacer en primavera sacudido por un impulso interior que se ajusta plenamente al periodo de regeneración, de rebrote y de estallido cromático de la naturaleza. Es entonces cuando, inspirado por el triunfo de la vida, deslumbrado por todo lo que ve, inicia el proceso pictórico, su work in progress que suele mantener durante dos o tres años.
La exposición de pinturas en la Sala Rusiñol, idónea en el tiempo de inicio primaveral en el que nos encontramos, muestra cómo el artista traduce sus estímulos sensibles en un mundo en continua reconstrucción y lo hace a través del trazo espontáneo, la pincelada enérgica, los ritmos ondulantes, manchas y vibraciones tonales de color hecho forma sustancial. Ulpiano Carrasco impone su visión de la naturaleza y nos fascina con la intensidad cromática de sus paisajes que nos comunican toda la profunda emoción y el amor que siente por su tierra.
Nació en Cuenca, en un pueblo integrado en la comarca de La Manchuela, una zona de transición que comprende física e históricamente pueblos de diferentes provincias. Cuando habla y describe Manchuela lo hace con vitalidad, considera que tiene unos aspectos fácilmente identificables y cree que es única en el mundo. Se entiende que su obra destaque armónicamente las suaves ondulaciones del terreno, las colinas, pinos, encinas aisladas y los espacios que limitan las parcelas, a menudo un microcosmos formado por variedades de plantas autóctonas.
Pese a su interés por los aspectos locales, las obras no muestran lugares concretos, son paisajes vividos, fijados en el fondo de la memoria, situados en un espacio acotado de su mente, arraigados en la tierra y no en el cielo. Cada pintura, como una estructura abstracta coloreada, se inicia de forma espontánea y gestual con manchas y líneas realizadas con el pigmento que sale directamente del tubo de acrílico. El proceso continúa sobre el espacio plástico elaborando concreciones, especialmente en el primer término, formado por un conjunto de flores, amapolas, crisantemos, que, integradas en el conjunto formal, destacan y apoyan la profundidad del tema..
Ulpiano Carrasco traspasa a un determinado y propio lenguaje visual las configuraciones y colores de las tonalidades locales o de la naturaleza y nos evoca un paisaje definido. En palabras de Josep M. Cadena, «el pintor es el moderno intérprete plástico de su tierra». Una definición acertada especialmente cuando se comprueba cómo Ulpiano Carrasco despliega sus cualidades artísticas, densidades, texturas y su de-safío cromático para explicarnos su paisaje con mirada moderna e intención comunicativa.
ULPIANO CARRASCO Y LA INCARDINACIÓN PICTÓRICA DEL ESPÍRITU EN LOS MOTIVOS DE LA VIDA
por Josep M. Cadena
En el mes de novembre de 1988 –estamos hablando de hace veintiseis años y pico- escribí por primera vez sobre la pintura de Ulpiano Carrasco, a quien presenté en la exposición que realizaba en la sala Comas de Barcelona. El artista se mostraba profesionalmente por primera vez en Cataluña, y me arriesgué –siempre me ha gustado hacerlo- a recomendar intensamente su obra. Después volví a acompañarlo en diversas ocasiones, y ahora, como es natural, insisto nuevamente. Cada vez mi possible mérito como propagador de su trabajo es menor –y en estos momentos, posiblemente, incluso inexistente-, ya que ha alcanzado por su propia excelencia un amplio reconocimiento del público, quien ha sabido apreciar una figuración muy personal, que nos explica de forma bien clara y potente la necesidad que tenemos de consolidar los valores del mundo al que pertenecemos para superar el desconcierto en que, por desgracia, nos encontramos.
La crisis nos rodea a nivel mundial, y creemos poder vencerla defendiéndonos de sus síntomas, cuando realmente esta afecta a nuestras propias estructuras. Vemos el entorno, pero ignoramos que la verdadera enfermedad social se encuentra instalada en el núcleo, que sufre verdaderamente porque ha perdido el sentido de la creación y de la existencia, y no sabe ver la constante regeneración que, por fortuna, realiza la Naturaleza y que, también por suerte, capta Ulpiano Carrasco en sus cuadros, que van más allá de las cualidades que le han procurado el favor de los amantes del dinamismo en el color. Sus paisajes y sus dominios plásticos son el mágico fluido magmático de un volcán que explota sobre la tierra de su Cuenca natal y se proyecta para destruir la superficialidad del que decae y permite la germinación de una nueva era.
Es necesario que miremos los cuadros que nos presenta Ulpiano Carrasco con voluntat de recuperación colectiva, viendo en su color el impulso necesario para superar las limitacions del momento presente. Su pintura es un verdadero grito que nace del dolor pero que nos anima a reencontrarnos de nuevo como personas que creen en un futuro que va más allà de los inventos y de la tecnología, ya que su objetivo es el espíritu que persigue incardinándose en los verdaderos motivos de la existencia de la vida.
ULPIANO CARRASCO Y EL IMPULSO DEL MEJOR COLOR MANCHEGO,
por Josep M. Cadena
Nacido en la provincia de Cuenca, en una pedanía de Villanueva de la Jara, dentro ya de la Mancha que mira hacia Albacete, el pintor Ulpiano Carrasco es el artista que más me ha ayudado a descubrir como el paisaje puede llegar en determinados momentos del año a una exaltada sinfonía de colores.
Lo pude descubrir a finales de noviembre de 1998, cuando desde la Sala Comas de Barcelona me invitaron a escribir un texto en el catálogo de su exposición. Yo, por fortuna, tenía fresco el recuerdo de un viaje en tren de Cuenca a Valencia en el día de Todos los Santos y también tenía presente una breve estancia en la parte más alta de la población. Entonces la naturaleza se hallaba en un momento óptimo, con unos árboles que dejaban la frondosidad del verano y se empezaban a preparar para los fríos del invierno; con unos cielos azules que se enharinaban de nubes; y con un piar de pájaros que, después de pasar la noche abrigados en las partes más bajas de la montaña, alzaban el vuelo en bandadas a la búsqueda del calor del sol. Lo había vivido de primera mano e incluso había llegado -no me duele nada confesarlo- a emocionarme. Por eso, cuando me encontré delante de los cuadros que pintaba Ulpiano Carrasco me sentí felizmente transportado a aquellos instantes vividos y, sin ninguna duda, me entró el convencimiento de que me encontraba delante del más exacto y moderno intérprete plástico de su tierra. Él era de Cuenca y la mejor Cuenca, la más plena y rica, se encontraba en sus paisajes.
Han pasado más de doce años desde aquella exposición y conservo vivo su recuerdo. No tengo que hacer ningún tipo de esfuerzo para recular en el tiempo y eso es porque intermitentemente he tenido diversos contactos con la pintura de Ulpiano Carrasco y éste, a medida que perfeccionaba en el oficio y encontraba otros motivos de inspiración, nunca perdía el impulso original, aquel que le hizo enamorado hijo de sus orígenes.
Ahora, junto a ustedes, vuelvo a encontrarme con el artista. Este ya es un pintor hecho a base de una serie de exposiciones por toda España y por una serie de países de Europa, Asia y América. Su obra ha recorrido mundo y también lo ha hecho él, Ulpiano Carrasco, que ha conocido diversidad de ambientes, costumbres, luces y colores. El ir y venir le podían haber hecho cambiar, pero no ha sido así. Se ha perfeccionado y se ha hecho más intenso en sus explicaciones coloristas, pero ha conservado el impulso de los orígenes. Sinceramente lo celebro, tanto por él como por todos nosotros.