ALCOI, 1950 Miguel Peidro

Pone de relieve con sus obras que la descripción de los ambientes es un camino ampliamente abierto a la interpretación anímica del entorno.

El artista defiende la arquitectura de los árboles, la paleta de colores cambiando de una estación a otra y la musicalidad intuida los arroyos.

LA NATURALEZA VIRTUOSA DE MIGUEL PEIDRO

por Josep M. Cadena

La vida, expresada de forma especial a través de la Naturaleza, existe desde mucho antes de la aparición del hombre, pero es éste quien, gracias a la inteligencia y la sensibilidad, ha conseguido fijar su belleza mediante lo que hemos dado en llamar arte. Y esta tarea se encomienda con gran acierto el pintor alicantino Miguel Peidro, que expone nuevamente en la Sala Rusiñol de Sant Cugat.

El artista defiende la arquitectura de los árboles, la paleta de colores cambiando de una estación a otra y la musicalidad intuida los arroyos. Ante sus cuadros tenemos la sensación de encontrarnos inmersos en el paisaje natural que se representa. Así caminamos por medio de unos hayas a que el otoño ha teñido las hojas de oro, observamos en perspectiva un puente medieval que salva un río que cruza un valle y notamos el aire frío que silba entre las ramas que el invierno ha desnudo.

Miguel Peidro aleja de los bosques de leyendas truculentas y cuentos para asustar que están poblados de lobos sanguinarios y brujas malvadas. Sus espacios arbolados son acogedores y pacíficos. Esto es porque su pintura va más allá de la excelente técnica reproductiva y reivindica la armonía y la convivencia respetuosa. El pintor sabe que la delicadeza implica fragilidad, y que las aguas transparentes, la naturaleza boscosa exuberante y el aire nítido que tanto ama no son posibles sin una conciencia previa de su importancia que genere en el hombre un compromiso de preservarlos . El artista no rechaza la presencia humana a los parajes naturales -hay senderos, puentes y huellas en la nieve-, pero exige que la especie animal más evolucionada no destruya la casa común de todos los seres vivientes.

Miguel Peidro ha viajado a muchos países, y en todas partes ha sentido la emoción de la Naturaleza que ha trasladado con pinceles en sus obras. Lo que él capta es belleza, delicadeza, equilibrio, convivencia y paz, valores que no podemos menos que compartir y desear para cada uno de nosotros.

MIGUEL PEIDRÓ Y SU SEGURO GUIADO PICTÓRICO

por Josep M. Cadena

La Naturaleza es un hecho objetivo y el paisaje, derivación de la misma, es necesario que lo vemos como la sublimación humana de sus contenidos. Por eso el pintor Miguel Peidró (Alcoy, 1950), al que ahora presento en este arranque de una nueva temporada de la Sala Rusiñol de Sant Cugat -aquí es obligado, por merecido, el elogio a su constancia- pone de relieve con sus obras que la descripción de los ambientes es un camino ampliamente abierto a la interpretación anímica del entorno. Él, con gran sencillez y verdadera humildad, suele decir que en sus telas, llenas de luz y de cromatismos, como todo el mundo puede advertir, pinta lo que más le gusta y que cuando deja de lado el paisaje para adentrarse en el estudio de otros temas, tiene la sensación de que se encuentra haciendo cosas que no plenamente con él. Pienso que esto es cierto en un principio, pero que ahora, cuando se encuentra en la plenitud de su dedicación paisajística, podrá advertir que dentro de los bosques y de los lugares naturales con los que s’intengra, ha ido encontrando, sin advertirlo , muchos aspectos de la intimidad humana. Porque matizando lo que explica, la pasión que en él despierta el orden natural de la vida le ha llevado a conectar con el sentido trascendente de la vida y establecer una verdadera forma de transmitir sus permanentes virtudes.

Miguel Peidró ama la norma como guía de conducta y eso da solidez a su obra pictórica. Pero para llegar a ella antes debe sentir el temblor poética del rayo de sol que pasa entre las ramas de los árboles y da diversidad de tonalidades en las hojas. O tiene que la integración anímica con el mar, gracias al constante ir y venir de las olas. O captar, así como de paso, sin dejar de caminar, el leve beso del viento que despierta con el día. Sus ojos interpretan lo que ven, pero los otros sentidos, siempre despiertos, le permiten dar una amplia representación de lo que es permanente en la memoria y después del gozo de unos instantes. Y cuando llega a este punto por medio de sus obras, es cuando mejor cumple con su misión de pintor hacia los demás, ya que nos hace partícipes de lo que ha querido conocer y nos ayuda a que sean factibles las propias maneras de mirar.

En este sentido la pintura de Miguel Peidró es plenamente abierta. Ama las cosas que de tan conocidas parecen sencillas y nos hace más fácil el acceso a su complejidad en los conceptos. Y de esta manera también consigue que la presencia humana, aparentemente ausente en sus composiciones, se haga presente de una manera colectiva. Porque en primer lugar está él como pintor, pero también estamos nosotros que nos adentramos por los lugares que nos propone y nos sentimos rodeados por los sentimientos que él ha puesto.

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