DIEULEFIT, 1964 Tomàs Suñol
Se adentra por callejones que son de lo más habitual, y por los que con la mirada avanza a través de la soledad, cada vez más acompañado por él mismo, bajo luces esclatants que muestran pequeñas puertas que invitan a huir de una sombra que todo parece igualarlo.
Una larga observación de su barrio inicia un proceso pictórico que evoluciona en una abstracción casi absoluta que transforma estas calles en paisajes urbanos de ciudades del mundo.
BIOGRAFÍA
Nacido en Francia, donde vive con su familia -víctima del exilio debido a la situación política de Cataluña-, pasó parte de su infancia en la Provenza. Creció en un ambiente plenamente artístico. Muy pronto demostró gran interés por la expresión y ya de niño aprende a pintar junto a su padre -Joaquim Martínez Lerma- con quien comparte experiencias en diferentes campos de las artes plásticas. Una vez en Cataluña con la familia y después de una primera etapa formativa en la Escuela Massana, se graduó en la especialidad de ilustración en la Escuela Pablo Gargallo y en ella demostró sus cualidades creativas, que lo llevaron a relacionarse con editoriales, ferias y certámenes internacionales. Después de probar con diferentes tendencias plásticas, profundiza en la abstracción figurativa: óleo y espátula dan forma a sus obras. Es, entonces, cuando arranca su trayectoria internacional que le llevará a estar presente en numerosas colecciones de Europa, Estados Unidos y Japón. En la actualidad su obra se inspira en los callejones de su ciudad.
Tomàs Sunyol «VECINOS»
por Imma Pueyo Masi (historiadora y crítica de arte)
Presenta este otoño de 2021 una serie de obras, realizadas recientemente, de pintura al óleo sobre una superficie de tela o madera texturada en las que podemos observar cómo desarrolla su lenguaje artístico básicamente abstracto, geométrico, con ligeros apuntes figurativos.
Es un trabajo que muestra dos maneras de percibir el espacio pictórico: por un lado en algunas piezas traza puntos de fuga, dibuja ligeras perspectivas y en otros proyecta una visión frontal plana. Lo hace con un lenguaje austero, un estilo simplificado y en ambas opciones se observa como la intención es depurar las formas, con el objetivo de eliminar cualquier obstáculo entre el pintor y la idea, entre la idea y el observador. Se trata de eliminar lo accesorio, de simplificar y aportar claridad a la imagen.
Destaca la singularidad plástica de cada una de las obras, así cada pintura se manifiesta con una existencia autónoma, como un mundo de arte concreto en sí mismo. Tomás Sunyol es experto en crear diferencias a partir de las proporciones de los campos cromáticos, la distribución, la relación y la intersección entre los colores, es decir, la proximidad y complicidad entre los vecinos que configuran un ámbito compartido.
Las composiciones son abiertas estructuradas por formas rectangulares horizontales y en paralelo, como si fuera una sección transversal de tres o cuatro niveles, en las que destacan los considerables campos de color. En los cuadros con perspectiva, la comprensión del contenido es más fácil. En las obras con visión frontal, para no perdernos, el autor aporta referentes como son los pequeños rectángulos luminosos que, al ser verticales y sobrepuestas en las bandas cromáticas, hacen un efecto arquitectónico. Representan puertas de luz abiertas en el interior del muro dentro de las cuales hay vida. Delimitan la ilusión de un espacio interior y según el periodo y el contexto en que se han pintado estas obras, nos pueden evocar aspectos de las calles urbanas durante el confinamiento.
El color es primordial por lo que regula los efectos visuales, ordena el espacio y crea una continuidad física. El espectador puede imaginarse como el espacio cromático continúa a ambos lados de la obra. En los trípticos, por ejemplo, se puede observar cómo, a pesar de la separación entre las piezas, el ojo percibe una unidad temática. Los espacios cromáticos densos y uniformes son también un vehículo de comunicación de emociones y de significados: el rojo asociado con la emoción / la pasión / el peligro, el amarillo evoca sentimientos de felicidad, el azul de tranquilidad.
Tomás Sunyol quiere que el espectador vea el espacio urbano a su manera, desde una mirada rápida, intensa, cercana a lo que le rodea. Se inspira en un espacio de experiencia, las calles de su ciudad: Badalona y lo que pretende es comunicar sentimientos y emociones humanas. El tema que titula VECINOS se define a través de una metáfora difícil: representar en el limitado espacio plástico una relación sin tiempo entre la dinámica urbana y la relación entre las personas que habitan una determinada ciudad y que puede integrar vivencias, generar tensiones, silencios. Composición y color se funden para dar el significado a la obra. Hay que felicitar a Tomás Sunyol para mostrarnos una visión urbana personal y contemporánea positiva, llena de vida y invitarnos a compartirla abriendo las puertas a su mirada diferente.
LAS GRIETAS LUMINOSAS EN LA PINTURA DE TOMÁS SUNYOL
por Josep M. Cadena
Desde su última exposición en esta Sala Rusiñol de Sant Cugat, del 31 de marzo al 3 de mayo de 2017, a la que ahora vuelve, he pensado en diferentes ocasiones en la obra de Tomás Sunyol. El pintor me impacta entonces muy favorablemente por su dominio del color, con la utilización del mismo para realizar unas singulares construcciones urbanas -grandes paredes con puerta estrecha y reducida ventana- que explicaban con claridad y fuerza sentimientos humanos. Y ahora, con gran gozo para mí, y supongo que también para todos los que aman el arte como medio de comunicación de las emociones más profundas de las personas, recibimos una nueva muestra del trabajo del artista, fiel a su lenguaje, en el que, fruto de la natural evolución del autor, logra todavía un mayor dominio de alcanzar nuestra sensibilidad y disfrute estético.
Colores en franjas, separados y vitales; colores únicos, pero en armonía magmática, con grietas que, superando y venciendo las paredes de incomprensiones que las rodean, nos permiten mirar hacia el interior de la realidad, indicándonos un camino de luz hacia el conocimiento de lo somos y nos rodea.
Para mí la pintura de Tomás Sunyol es clara y luminosa, nos marca un sendero a seguir en medio de la confusión laberíntica que a veces puede ser el día a día, en la que demasiado a menudo vivimos situaciones parecidas a un sueño o pesadilla en el que nos encontramos perdidos y solos en medio de una gran ciudad que es una gran cuadrícula de calles todos iguales y que tras recorrerlos nos llevan inexplicablemente al que era nuestro punto de partida.
Tomás Sunyol sabe deconstruir la realidad en formas geométricas, aportando una lógica y un orden al que puede aparentar caos, y es mediante la lectura de estos signos que nosotros podemos descubrir verdades ocultas, certezas que reconocemos y aceptamos como tales para que nos llegan directamente el corazón y nos llenan de alegría.
LAS CALLES DE LUZ Y SOMBRA DE TOMÀS SUNYOL
por Josep M. Cadena
Todo aquel que acostumbre a visitar las exposiciones de la Sala Rusiñol de Sant Cugat debe sentir una especial satisfacción porque Tomás Sunyol -nacido en Dieulefit (Francia), en 1964, y establecido en Badalona- vuelve a exhibir sus obras. Anteriormente habíamos disfrutado de sus cuadros en esta galería los años 2010 y 2013, y ahora podemos comprobar que el artista -hijo y sobrino de pintores- continúa manteniendo el alto nivel de calidad al que nos tiene acostumbrados y sigue avanzando en el estudio los sentimientos humanos mediante la combinación de la luz y la sombra.
El paisaje que interesa al pintor es la ciudad, que es el espacio que mejor muestra el grado de progreso que ha logrado el hombre en su carrera evolutiva. Pero la urbe de nuestro autor plástico no está constituida de rascacielos, asfalto y coches; sino que, como se trata de reflejar las sensaciones y las emociones humanas ante el misterio de la existencia, encontramos calles que parecen formar la trama de un laberinto de difícil salida, edificios uniformes tan carentes de individualidad como las celdas las de las colmenas, puertas abiertas que son invitaciones a pasar y rendijas de esperanza, rincones oscuros como los miedos que atenazan la voluntad y manchas luminosas que transmiten calidez y expresan alegría.
El artista también tiene predilección por los bodegones. Él, sin embargo, no se siente atraído por ciervos o perdices que han sido abatidos en partidas de caza aristocráticas, ni sus naturalezas muertas descansan en vajillas de metales preciosos o cristal repujado. Los alimentos que captan su atención son las frutas sabrosas -como un corte de sandía que aparenta tener gusto de carpa de fiesta mayor decorado con farolillos de papel-, los frutos secos que almacenan en su núcleo la fuerza de la tierra que los árboles chupan, la cerveza popular que invita a todos a un trago de oro líquido coronado de espuma, las sardinas que nadan humildemente por la inmensidad del mar, el queso aromatizado con hierbas silvestres impregnadas de olor a bosque y el café con leche que hermana a una mayoría de hombres y mujeres por la mañana.
Tomás Sunyol inspira en las calles de la antigua Baetulo donde reside para hacernos entender que la vida puede parecer a menudo un dédalo donde nos sentimos atrapados sin saber cómo actuar ni qué camino tomar, pero que si dejamos que la luz de la razón y el calor del corazón actúen en nosotros, descubriremos el hilo de Ariadna que nos llevará a disfrutar de los frutos sencillos y auténticos que tenemos al alcance de la mano.
TOTALIDAD DEL GOZO EN LA PINTURA DE TOMÁS SUNYOL
por Josep M. Cadena
Recuerdo con satisfacción que, ahora hará unos dos años, presenté en esta misma Sala Rusiñol la pintura de Tomás Sunyol. Entonces conocía por primera vez su obra y no sabía de él más que había nacido en una población francesa en 1964, dentro del exilio familiar; que su padre y un tío eran pintores, por lo que desde siempre había vivido entre cuadros; y que vivía en Badalona, ciudad de la que procedían los suyos. Era muy poco, aunque luego añadí que al principio se había dedicado a la ilustración y que, durante una temporada, alumno de la escuela Massana, también había practicado la cerámica. Sabía, pues, un poco más de él, pero el conocimiento de verdad, la que realmente interesaba, era la obtenida mirándome los cuadros que realizaba y que me hicieron pensar y decir que nos encontrábamos en presencia de un verdadero artista que conseguía crear, a partir de las sensaciones que recibía del espacio que frecuentaba, un mundo propio de valor estético.
Ahora, de nuevo, gracias al acierto de la sala y en la constancia del artista, todos ustedes y yo nos volvemos a encontrar ante la obra de Tomás Sunyol, y tengo que decir de entrada, sin esperar, que todo lo que, modestamente pero con convicción, vi en él, se confirma y se amplía, para que, sabiamente y con sensibilidad cada vez más afilada, el creativo no ha dejado de introspección y ha encontrado muchas más cosas de las que ya veía en unos momentos que para mí fueron de verdadero encuentro con las esencias de los paisaje que nos rodea.
La actual exposición, su autor la titula Travels, que en inglés significa viajes, y que, vistas las telas que nos presenta, realmente lo son. Pero no se trata de las estampas clásicas de rascacielos ultramodernos, de playas paradisíacas de fina arena adornadas con cocoteros o de cualquier otro paisaje propio de una agencia de viajes. Afortunadamente para el autor y nosotros, nada de esto hay en su trabajo de pintor que se adentra por callejones que son de lo más habitual, y por los que con la mirada avanza a través de la soledad, cada vez más acompañado por él mismo, bajo luces estallantes que muestran pequeñas puertas que invitan a huir de una sombra que todo parece igualarlo, pero él rechaza esta tentación de comodidades mentales y llega hasta el exterior abierto de par en par, donde mar y tierra se juntan y hierven de una diversidad de ideas en las que Tomás Sunyol pone orden evocando una inmensidad final en la que todos vamos a parar cuando sea nuestra hora particular.La pintura de Suñol es de aquellas en las que hay entrar; aún más, sumergirse en él y sentir con ella todo lo que desde la débil realidad de una figuración muy esquemática nos lleva a la abstracción más agradable para la totalidad de los sentidos. Con ella no hay que pensar ni razonar, tan sólo tenemos que disfrutarla.
LA SOMBRA COMO MANIFESTACIÓN DEL ESPÍRITU
por Josep M. Cadena
Nacido en Dieulefit (Francia) en 1964, Tomás Martínez Sunyol vivió desde pequeño en un ambiente plenamente artístico. Hijo y sobrino de pintores -su padre, Joaquín Martínez Lerma, y su tío, Àlvar Suñol- muy pronto demostró gran interés por la expresión plástica. Ya que sus tiempos de formación eran difíciles -siempre lo han sido para los artistas vocacionales- orientó su facilidad para el dibujo y para el color hacia la ilustración. Llegado a Cataluña con la familia, se estableció en Badalona, asistió a la Escuela Pablo Gargallo y en ella demostró sus cualidades creativas, que lo llevaron a relacionarse con editoriales, ferias y certámenes internacionales. En este amplio espacio su actividad ha sido particularmente intensa en toda Europa y América y sus obras, que habitualmente firma como Tomás, su nombre de fondo, son especialmente valoradas.
Ahora, sin embargo, tenemos la oportunidad de encontrarnos ante una muestra pictórica suya, aspecto éste en el que, a pesar de haber participado en varios concursos y ser siempre seleccionado para exponer y premiado en varias ocasiones, ha dedicado poca atención. Y es lástima, pues demuestra gran capacidad técnica y especial sensibilidad por el color, con el que hace llegar de una manera muy directa su interesante visión del entorno.
Pienso que, de una manera tal vez inconsciente, Tomás Martínez Sunyol, describe con su interés por las sombras -donde hay luz siempre hay sombra- mucho de la actual situación humana. Vivimos en una sociedad donde las imágenes de las cosas que creemos básicas -a pesar de todo todavía lo son- las sentimos huidizas y cambiantes, siempre móviles. Y él establece sus valores y pone de relieve que, a pesar de encontrarse en un segundo estadio -primero la luz, tras la sombra- explican la intimidad de la realidad que nos rodea y que lo hacen mucho mejor que las formas establecidas. Caminar por uno de los callejones que él nos describe, ver sus ventanas, sentir como son el mantel rojas y observar la sombra de la toalla que el vecino ha puesto al sol para que se seque -Don algunos ejemplos, pero las sensaciones son muchas más- permite sentirse en el tuétano de las cosas que nos hacen sentir seguros. Tiene la valentía de establecer la fuerza perenne de lo que parece complementario y que, en realidad, tanta importancia tiene en el recuerdo de todo lo que nos rodea. Perder la sombra de día o en la luz de la luna parece imposible -el italiano Chamizo escribió sobre la cuestión-, pero dicen que pasaba con aquellos hombres que venían el alma al diablo. Nuestro pintor lo recuerda, porque pone todo su gran espíritu creativo y de resistencia a las tentaciones en ella.